Notas |
- "Genio audaz y nacido para la guerra, prefirió la agitada vida del campamento a la solemne y sedentaria de la toga y la magistratura", según consta en el "Diccionario biográfico de los Vélez."
Ingresó como cadete en el Colegio Militar de Granada en 1767, y a los pocos meses revistaba como subteniente del Regimiento de caballería de Borbón. Permaneció en él hasta 1787, cuando, con el grado de coronel, pasó a Buenos Aires para desempeñarse como Contador general e Interventor de la Real Hacienda en dicha ciudad.
En 1793, tras el estallido de la Guerra del Rosellón, Carrasco solicitó viajar a la península y servir en el ejército. Sin embargo, firmada la paz en Basilea, en 1795, la corona juzgó que el ofrecimiento ya no era pertinente, y así se lo hizo saber al virrey Melo de Portugal.
Durante la primera parte de la invasión británica, y tras la victoria militar, el general Bersford exigió de varios funcionarios virreinales un juramento de fidelidad al monarca británico. Al día siguiente, 6 de julio de 1806, Antonio Carrasco y José María Romero, a la sazón Ministros de la Real Hacienda, respondían en éstos términos: "Bajo cualquier aspecto que se nos considere, no podemos prestar el juramento de fidelidad a S. M. B. de que trata el oficio de V. S. fecha de ayer; pues si por la clase de meros ciudadanos, ese Ilustre Cabildo en representación de todos, habrá hecho lo que haya creído más conforme a sus deberes, y a las circunstancias; si por la de empleados, estas funciones emanan del Rey Católico nuestro amo, de cuyo vasallaje y dependencia jamás nos separaremos; y si por la de Jefes o miembros de Corporación, que expresamente menciona la proclama del Excmo. Señor General Guillermo C. Beresford, inserta en dicho oficio, como no lo formamos, ni menos Tribunal, o cuerpo colegiado, no estamos en el caso de la cuestión, sin que por esto nos neguemos a cualquier uso de seguridad que exija el Sr. General, siempre que sea compatible con nuestro honor, y el respeto y fidelidad a nuestro Soberano."
Por Real Decreto del 18 de septiembre de 1806 fue nombrado Mayor General; y el 29 de junio del año siguiente, Intendente de Ejército (cargo equivalente al de Marsical de Campo). En ese cargo demostró un celo, compromiso y eficiencia admirables, siendo felicitado por el virrey Liniers. También se le encomendó organizar y dirigir cinco hospitales para heridos, tarea que llenó con creces. Reorganizó y mejoró el arma de artillería, llegando hasta el punto de reparar y montar a su costa seis cañones inutilizados en cureñas.
Por superior disposición del 20 de mayo de 1811, y en atención a los "dilatados servicios y achacosa salud" de Carrasco, se le jubilaba con goce de las dos tercera partes del sueldo.
Su lealtad a la corona le valió el recelo de los revolucionarios, siendo condenado y remitido prisionero a la isla de Santa Catalina, en Brasil. Sin embargo, al poco tiempo logró fugarse y refugiarse en Montevideo. Llamado por el gobierno peninsular, se embarcó rumbo a Madrid, dejando a su familia en América. Poco después colicitaba y obtenía plaza en el Real Consejo de Guerra.
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