Notas |
- Médico.
Murió durante la epidemia de fiebre amarilla que asoló a la ciudad de Buenos Aires. [1]
- Dio largas muestras de servicio a lo largo de su vida, que apenas alcanzó los 37 años, en campañas militares y durante el flagelo de la fiebre amarilla.
El 24 de abril se cumplieron 150 años de la muerte del doctor Caupolicán Molina, un héroe civil durante la epidemia de fiebre amarilla que asoló Buenos Aires en 1871 pero que dio largas muestras de servicio a lo largo de su vida, que apenas alcanzó los 37 años.
Natural de Tucumán, era hijo de Tiburcio Molina y de Mercedes Posse, ambos de familias tradicionales. De sus primeros años no hay demasiada noticia pero habrán transcurrido de acuerdo a las patriarcales costumbres de la época, entre estudios y juegos. Sí sabemos que el 5 de febrero de 1851 ingresó en Buenos Aires a la Facultad de Medicina.
Alumno aventajado, estaba en segundo año cuando fue sitiada Buenos Aires, por lo que debió cortar los estudios para vestir el guardapolvo de practicante por su idoneidad para atender a las tropas que defendían la ciudad. Ya recibido, en 1855 fue destinado a la frontera en Rojas y, ?en las expediciones al desierto contra los indios salvajes, él marchó a la cabeza de las columnas, y allí, en medio del hambre y de la sed, cuando se pasaban hasta tres días sin encontrar una gota de agua que beber en la solitaria pampa, él era el consuelo de los enfermos y el ejemplo de los que desmayaban en la fatiga?, se refiere.
Estuvo en la batalla de Cepeda junto a las tropas al mando de Bartolomé Mitre, con quien había obtenido bastante trato gracias a la amistad con su hermano Emilio. En su parte, al ministro de Guerra asentó: ?Los cuerpos se ocuparon en recoger a sus heridos, a quienes los cirujanos del ejército don Leopoldo Montes de Oca, Santiago Larrosa, don Caupolicán Molina y don Manuel Flugerto, asistidos por el practicante don Modesto Leiva, dieron sobre el campo de batalla el alivio que era posible en aquellas circunstancias, teniendo el sentimiento de que faltara a su cabeza el cirujano principal doctor don Francisco Javier Muñiz, que se ha distinguido por su contracción e inteligencia en la dirección de los hospitales y que quedó prisionero y herido después de haber sido el que prodigó su cuidado a los prisioneros heridos?. El parte de Mitre habla de la escuela en la que se formó Molina.
El 11 de junio de 1860 obtuvo su título de doctor y la tesis la dedicó, precisamente, al coronel Emilio Mitre. Participó en la campaña de Pavón como cirujano principal, mereciendo también el reconocimiento de sus superiores, para pasar luego a servir en la frontera. En 1864 estaba destinado al servicio sanitario en Buenos Aires pero poco habría de durar ese tiempo apacible porque al año siguiente estalló la Guerra de la Triple Alianza y fue destinado a los hospitales de sangre de Concordia y Paso de los Libres.
Asistió allí a casi todos los combates que se sucedieron y mereció las felicitaciones del comandante del Primer Cuerpo del Ejército del Brasil, el mariscal Manuel Luis Osorio, debido a los servicios prestados en el hospital de campo de las fuerzas brasileñas. Su legajo habría de enriquecerse en las acciones de Estero Bellaco, Yataytí-Corá, Sauce, Boquerón, Tuyutí y Curupaytí, así como por una nueva felicitación del general Mitre.
Lucio V. Mansilla, testigo de su trabajo, en sus ?Causeries? apuntó: ?Médico de poca ciencia, pero de gran talento: tenía eso que sus afines llaman ojo médico y curaba, cómo, no sé, pero siempre curaba?. En la invasión del cólera de 1867, al decir del general Mitre, ?fue uno de los médicos que combatían en primera línea contra el terrible enemigo, hallándose accidentalmente en esta ciudad, donde prestó señalados servicios no sólo a los atacados por la epidemia, sino también a los heridos del Paraguay que se hallaban a su cargo? le veían todos solícito, infatigable, y lleno de abnegación, ser la providencia del general y del soldado cuyo brazo volvía a templar para la pelea?.
En Buenos Aires casó con Mercedes Gondra Alcorta, natural de Santiago del Estero, matrimonio que tuvo un hijo que nació en 1867. Se hizo cargo del Hospital Militar de Retiro y vivía en la calle Corrientes 231 de la antigua numeración, según el censo de 1869.
Luchó contra el flagelo de la fiebre amarilla y los primeros síntomas del mal se dieron el 21 de abril. A pesar de los solícitos cuidados de sus colegas, especialmente los del cirujano del Ejército Juan Mac Donald, antiguo compañero de muchas campañas, falleció tres días después.
El 26, en el sepelio de sus restos, habló el general Mitre, quien trazó un magnífico medallón de Molina: ?Fue un hombre bueno y un hombre fuerte en el sentido del amor y del bien, y si todos le deben un tributo póstumo, se lo deben especialmente los hombres de acción y de espada, cuyas fatigas compartió, derramando el bálsamo consolador del médico sobre sus heridas, y acompañándolos en todos los peligros, armado de la cuchilla salvadora de la ciencia que cura en vez de matar?.
Refiriéndose a ese momento de la epidemia agregó: ?En la época luctuosa que atravesamos, no necesito recordar aquí sus meritorios servicios durante tres meses de congojosa fatiga en que no ha descansado ni un solo día, ni una sola noche, combatiendo sin tregua por la vida de los demás hasta rendir la suya propia en el holocausto de la santa religión de la caridad y del austero deber valientemente cumplido y deliberadamente aceptado. Tanta abnegación, tanta fortaleza y tanta modestia, bien merecían haber recibido su recompensa sobre la tierra?.
Finalizó Mitre pidiendo al cielo ?paz para su sepulcro, y a los hombres y honor y veneración para tu memoria?. Lamentablemente las nuevas generaciones han olvidado estos nombres, seguramente ni los conocieron, y lo que es peor muchas instituciones y hasta sus mismos camaradas han dejado pasar en silencio a Molina como a tantos otros. Esperemos, como decía Mitre, que ?que su noble espíritu vaya a fecundar? los mejores sentimientos que ?tributan culto a la virtud?, aunque tengamos nuestras reservas.
Su viuda recibió una pensión de 5.000 pesos mensuales en agosto de 1871 y el nombre de Caupolicán Molina está inscripto en el Monumento del Parque Ameghino.
Roberto Elissalde
* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación
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