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- Artista cordobesa , profesora de Letras , Clara Díaz es experta en hacer alfombras de bordo, una técnica que llegó a esa provincia a través de las monjas catalinas. Sus creaciones se expondrán en la Casa Victoria Ocampo hasta el 23 de septiembre.
Mi padre era médico en el hospital de Deán Funes, la capital [del departamento cordobés] de Ischilín. Alrededor armó un parque y un zoológico, donde había flamencos, lampalaguas, cuises, hurones, zorros. Una vez, cuando yo tenía seis años, unos chicos arrimaron un trompo y el avestruz se lo comió: me acuerdo del juguete dentro del cuello del animal; después se lo sacaron mientras los chicos gritaban", recuerda la artista Clara Díaz (90), "defensora" de una antigua tradición criolla, las alfombras de bordo -técnica que lleva ese nombre debido al relieve que resulta de la trama-. De allí, de la naturaleza mezclada con recuerdos, es de donde surgen todas sus creaciones.
A las alfombras de bordo hay que verlas para creerlas. Antiguamente conocidas como “alfombras de altar”, son piezas refinadas y rústicas a la vez, absolutamente bucólicas. Cada una está habitada por rundunes, hortensias o clavelinas; loros, tortugas o cardones; por el recuerdo de la infancia y las vacaciones en el campo. Tienen mucho del norte cordobés, tan recóndito y santiaguino. El tamaño las habilita para cubrir una cama o un mueble, pero ahora se les da un uso eminentemente decorativo.
El que las ve, queda impresionado por su belleza… y por el laburo. “Antes sobraba tiempo y hacía frío; había que entretenerse, y abrigarse”, elucubra Clara Rosa Díaz Crespo, más conocida como Clarita Díaz. Esta “niña” cordobesa se ganó el reconocimiento nacional e internacional por mantener una tradición que se hubiera extinguido sin remedio. Un tapete puede llegar a demandarle “unas 1.500 horas de trabajo”.
Las alfombras se tejían en las casonas solariegas, para llenar las siestas interminables o amenizar los atardeceres. "Y porque con algo había que taparse", insiste Clara Díaz. Pero las monjas, en particular las Catalinas, le enseñaban a sus pupilas, que provenían de hogares más humildes. "Ramón J. Cárcano valorizó las artesanías criollas", subraya Clarita. En sus libros, Efraín Bischoff y Víctor Manuel Infante hacen referencia a la Escuela-Taller de Tapices y Puntillas Coloniales, fundada por el gobernador cordobés, y a una muestra de 1916. Décadas después, Infante "redescubre" las alfombras, cuando ve una en las escalinatas de la Catedral. Don Víctor la colgó en el Museo Tejeda.
El escritor Manuel Mujica Lainez, que vivió en Cruz Chica y frecuentaba la sociedad cordobesa, fue el primero en posar ojos porteños sobre una alfombra de bordo. Quedó fascinado. “Manucho” abrió las puertas de Buenos Aires y Clara Díaz hoy tiene más seguidoras allá, que acá.
Se crió en el monte, al norte de Córdoba, en una aridez salvaje de la que luego saldrían las aves, las plantas y los felinos de sus alfombras. "El campo con espinillos y pencas empujó los temas, porque uno -sin darse cuenta- está involucrado con el paisaje y con lo que lo rodea. Esa es la influencia del medio", dice a Clarín. "Después, se suma la sensibilidad de uno".
A lo largo de su vida, Clara Díaz hizo 34 alfombras "grandes" y va por más.
A los cinco años y con ayuda de su madre, Clara bordó las primeras alfombras para sus muñecas replicando la técnica ancestral del bordo ("que significa una 'subidita' chica"), que llegó a esa provincia a través de las monjas catalinas, quienes adaptaron los motivos del diseño a la flora y la fauna locales. "Los motivos que trabajo es lo que se me ha quedado grabado en la cabeza. ¿Mi preferida? Una que hice con chuñas. Pero, por ejemplo, estoy haciendo una para regalar a unas personas que siempre me invitan en California, Estados Unidos, con pavos y camelias (típicos de allá), y no veo la hora de terminarla porque a mí los pavos no me llenan, entonces me cuesta", confiesa.
Esta artista cordobesa cuenta que el bordado es una tarea individual y profunda, "que sale y expresa la fuerza que tiene cada uno, pero que se disfruta hacer en compañía porque es grata la conversación (hablamos sobre los colores, las guardas, los motivos)". Es que es una técnica tan detallista y "lerda" -como ella misma describe- que cada alfombra grande puede tomarle entre uno y cuatro años. A lo largo de su vida hizo 34 piezas "grandes" y va por más.
"Tengo una necesidad de mover las manos, de seguir un ritmo (el crochet es un ritmo, el punto cruz es otro...). Sé la técnica desde que soy chica, pero cuando una es más grandecita busca mejorar el movimiento del animal, ver cómo son la flor y la hoja... Ahí empieza a salir el conocimiento que uno tiene adentro y no lo sabe. Si se pone a bordar, no sabe lo que va a salir de sus manos", comenta desde su casa actual en Nueva Córdoba. "Es apasionante, porque ahí es cuando empieza a salir la creación, lo más íntimo que sale de adentro de uno".
Clara es profesora de Letras y nunca estudió pintura ni dibujo. Su pasión hizo que le dedicara infinidad de horas al arte de las agujas y la práctica la convirtió en una experta en la materia. Hoy tiene varias aprendices (algunas son sus sobrinas), a las que les enseña con la esperanza de que no se pierda esta técnica "tan preciosa".
En reconocimiento por mantener viva esta tradición, el año pasado Clara Díaz ganó el Gran Premio Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes.En reconocimiento por mantener viva esta tradición, el año pasado Clara Díaz ganó el Gran Premio Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes.
En reconocimiento por mantener viva esta tradición, el año pasado Clara ganó el Gran Premio Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes. En ese marco, desde hoy y hasta el 23 de septiembre, diez de sus alfombras artesanales de gran tamaño se expondrán en la Casa Victoria Ocampo (Rufino Elizalde 2831, CABA), además de algunas piezas trabajadas por nueve de sus alumnas. "Clara es de esas almas clave que hilvana, que sustenta, que teje, ya no solo las alfombras de bordo como género creativo, sino como legado de continuidad. Su arte es correlato de un modo de ser local, tan de antes, donde la virtuosa sencillez criolla convivía con la celebración del entorno", comenta Teresa Anchorena, una de las curadoras de la muestra.
La charla le trae recuerdos de su familia, de su padre ("que tocaba la guitarra mejor que Andrés Segovia") y de las personalidades que conoció a lo largo de su vida, como el escritor Manuel Mújica Láinez, quien fue el primero en invitarla a exponer en Buenos Aires.
"Cada una tiene una cualidad, parece que la mía ha sido la del punto cruz", sintetiza.
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