Notas |
- César (1917-1969) creció descubriendo y amando la pródiga naturaleza que le ofreció la localidad de Plátanos, Buenos Aires, donde nació y vivió. Amó intensamente la vida: estrellas, plantas, caballos, insectos, arroyos, pájaros, flores, árboles, vientos... y seres humanos.
Estudió en el Colegio del Salvador e inició Arquitectura, pero no concluyó la carrera. Eligió la lectura y la observación para formarse, como Guillermo E. Hudson, a quien admiraba. Para crecer, le fueron suficientes los libros de la generosa biblioteca familiar y el contacto con la sabia gente de campo. En cuanto al arte, prefirió evitar la influencia de maestros y fue autodidacta.
Dibujó, pintó, modeló, talló y escribió libremente, en atelieres que tuvo en Ascochinga (Córdoba), sobre la calle Posadas en Buenos Aires y en Plátanos.
En la capilla familiar de "La estancia" construida por su padre en la localidad bonaerense, pintó los frescos que representaban el Vía Crucis; en los rostros retrató a servidores del haras "Las Hormigas", semidesnudos, con accesorios criollos, como boleadoras. No faltaban las metáforas; por ejemplo, la traición estaba representada por un paisano que hacía trampa jugando al truco. También una china le ofrecía un mate a Jesús crucificado...
Cuando la capilla y las propiedades familiares fueron vendidas, las adquirió la congregación de la Bienaventurada Virgen María, que fundó un colegio. Las escenas pintadas por César, generaban miradas de soslayo y risitas perturbadas de las alumnas, que llevaron a las religiosas a cubrir las imágenes con un pesado cortinado. Tiempo después las pintaron.
A principios de la década del '50, Alejandro Bustillo le pidió a su hijo que decorara los muros del Hotel Provincial que él había diseñado en Mar del Plata, dado que el presupuesto que había para ello era escaso. César, de treinta y seis años entonces, aceptó el desafío y puso manos a la obra.
Pensando que en una ciudad marítima las actividades están influenciadas por los vientos, diseñó alegoría de los mismos. Tomó a Eolo de las mitologías griega y romana, quien al unirse con "fenomenales" (C. Bustillo dixit) diosas sudamericanas, engendró cuatro vientos: con la sensual Tórrida, dio vida a Eolida Tórrido (viento norte); con la gélida Antártida tuvo a Eolida Antártico (viento del sur); de sus amores con la Cordillera surgió Eolida Andino (viento del oeste) y de la diosa Nube, nació Eolida Atlántico (viento del este). Las alegorías están ubicadas en los cantones del vestíbulo del Hotel, cuyos ángulos están orientados a los puntos cardinales y representan a los vientos de los respectivos cuadrantes. En la memoria descriptiva de la obra, para la que utilizó la técnica del fresco, vale decir, que fue pintada dentro de las diez horas que necesita el material para fraguar, Bustillo menciona que Atlántico ronda en verano y Antártico en el invierno. Los otros dos vientos, también podrían representar a las estaciones restantes. Siempre ligado a los asuntos de la tierra, pero con una percepción americanista integradora, César incluyó alas de guacamayo, en Tórrido; de cóndor en Andino y de albatros en Antártico. Hay, también, un cuadro de pescadores, propios de una ciudad enclavada sobre el Océano; otro cuadro con jóvenes que, alegremente, arrean caballos al mar; una escena con un paisano apartando un fornido toro semental, típicamente pampeano y un rincón con dos aborígenes que cabalgan, franca alusión a los pobladores originarios de América.
Finalmente el autor incluyó un naufragio, para subrayar la alternativa trágica, uno de los extremos en el que también se desenvuelve la vida humana. Teros y gaviotones complementan las escenas, aunando mar y llanura.
En las alegorías, las personajes están desnudos –como el autorretrato que el autor incluyó en una escena– mostrando la musculatura exaltada por la acción, con sugerentes curvas y articulaciones prominentes... "Miguelangelescas", como las define el muralista Juan Bauk. Esas desnudeces, no habituales pero tampoco inéditas, despertaron críticas. A éstas se sumó la alevosía de quienes hubieran querido ser los autores de los frescos, y el convulsionado ambiente político-social de 1954, que indujeron a las autoridades a pedirle a Bustillo que "vistiera" los desnudos. Así lo hizo de mala gana.
En vísperas del Festival Internacional de Cine, el gobernador Raúl Apold los hizo cubrir. En 1955, los marinos que se hicieron cargo de la situación administrativa de Mar del Plata, con motivo del golpe de ese año, ordenaron que se desclavaran las telas que los cubrían. Poco después, el Interventor provincial Emilio Bonecarrere, ordenó que se plancharan las telas y se volvieran a colgar: sobre el lugar de los clavos iniciales, se clavaron los nuevos, precisamente, el día que César se preparaba para reparar los daños en la mampostería que habían dejado los martillazos.
Seguía la polémica. Desde el diario El Mundo, el prestigioso crítico Rafael Squirru, pedía que se descubrieran; la Dirección de Cultura de la Provincia nombró una comisión integrada por Manuel Mujica Láinez, Jorge Romero Brest, Ballester Peña y Héctor Basaldúa –nadie menos– para que opinara sobre el valor artístico de los frescos. El informe que elaboraron, se perdió en la inmensidad burocrática provincial.
Cuando la firma D'Onofrio se hizo cargo del Hotel Provincial, sus directivos pidieron a la Dirección Nacional de Bellas Artes que evaluara los frescos, la que escuetamente, respondió: "No podemos informar sobre obras ubicadas en recintos particulares". Ante tamaña elusión, Nicolás D'Onofrio, decidió terminar con la disyuntiva e hizo descubrir las pinturas. Fue en 1962.
El crítico Fernando De María dijo que ellos son: "los frescos más argentinos y viriles que ilustran una pared de mi patria". Al verlos, Siqueiros, el consagrado muralista azteca, comentó sobre Bustillo: "qué lástima que no haya nacido en Méjico".
Así, los murales de Bustillo, que parecieron condenados a la censura, son admirados por pares como Juan Bauk y muralistas cubanos. Bustillo seguramente influyó en otros artistas argentinos, como Carpani. También fue objeto de análisis entusiastas, como el del crítico peruano Gustavo Buntinx.
En su tiempo, César Bustillo probablemente haya sido objetado por la revalorización que hizo de los temas criollos; lo mismo ocurrió a otros artistas. Sin embargo, igual que Morel o Molina Campos –entre ellos– su figura y su obra, crecen con el paso del tiempo.
Por sus méritos humanos y artísticos, una calle y un barrio de Plátanos llevan su nombre; varios certámenes instituyeron un premio con su apellido en el partido de Berazategui y con diseños suyos, alumnos de un taller municipal de murales, realizaron una reproducción en la vía pública, para homenajearlo. Su taller de Plátanos, se está restaurando para dar paso al museo que lo recuerde.
por Ana Maria de Mena
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