Notas |
- Heredera de una noble casta argentina, Luisa Garmendia Aldurralde, fue la compañera de vida del General Francisco Antonio Pinto, además de ser fundadora de una verdadera saga presidencial en nuestro país. Doña Luisa provenía de una de las más ilustres familias de Tucumán, lugar donde también conoció al que se convirtió en su esposo - en esa época, un militar que había sido destacado como Coronel del Ejército de Belgrano.
"Era de una belleza espléndidamente criolla; ojos negros profundos, en los que parecían brillar todas las magnificencias de su tierra natal. Añádase a esto el encanto del admirable óvalo de su rostro y el donaire de su talle delicado y elegantísimo?, describe uno de los pocos escritores que investigó su vida, Alberto Edwards. Tan fecundo fue el amor de la pareja, como fértil su descendencia para la política nacional. La mayor de sus hijas, Enriqueta, años después ostentaría el mismo cargo de Primera Dama que su madre. Otro de sus retoños, Aníbal, seguiría los pasos del progenitor, sentándose también en el sillón presidencial.
Sin embargo, no todo fue satisfacción en la vida de doña Luisa. Quizás, los momentos más difíciles los vivió acompañando la intensa actividad pública y militar de su esposo. Él, recién casado, como parte del proceso de independencia americana, tuvo que partir a combatir a Perú bajo las órdenes de San Martín. En 1823 el matrimonio se trasladó a Chile, donde Pinto inició su carrera política; primero en la Intendencia de Coquimbo, luego en el Ministerio de Gobierno, bajo el mando de Ramón Freire, hasta asumir en 1827 la Presidencia de la República.
Durante la gestión de su esposo, doña Luisa no sólo observó con orgullo su gran preparación para asumir el desafío, su cultura, su moderación y su prudencia; lamentablemente, también fue testigo de la incomprensión de sus decisiones. En su calidad de Presidente, intentó implementar una serie de medidas empapadas en los principios del régimen parlamentario. Sin embargo, no eran del todo viables, considerando que Chile recién comenzaba a dar sus primeros pasos como república independiente.
De esta manera, al estallar la revolución de 1829, desengañado y triste, don Francisco Antonio Pinto renunció al poder, desplegando sus fuerzas y convicciones al retiro de su cálido hogar. Desde ahí, como siempre junto a su mujer, siguió influyendo en la escena pública, sobre todo, como raíces de una genealogía de renombre en la política nacional.
Fuente: "Primeras Damas de Chile: Por la valoración y promoción de la igualdad de género en nuestro país".
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