Notas |
- El Dr en medicina Miguel Zacarías Olivera Córdoba nació en San Nicolás, el 10 de junio de 1876. Hijo de un hogar tradicional de criollos asimiló las costumbres y las modalidades del campo argentino en la estancia "La Nicoleña", que su dinámico e industrioso padre había fundado en Carreras hace muchos años. Su carácter se moldeó en severas normas de convivencia, de orden y de trabajo, matizado de infaltable gracejo, bonachón, desinteresado a carta cabal, servidor sin soberbia para los humildes, virtudes nativas que jalonaron todos los ciclos de su existencia.
Estudiante, se interesa por todo lo que atañe al pago chico, trabaja por su jerarquía intelectual, por su progreso material, y es así como ya en 1896, mozo de veinte años, lo vemos fundar una escuela gratuita en la Logia Masónica, en las que se daban clases de contabilidad, francés e inglés y se redactaba la revista "Unión y Amistad", en colaboración con León Guruciaga, José Lino Gauna y Américo R. Varela, que corona la obra de ayuda al prójimo que realiza la entidad aludida, en hermosas normas de moral y caridad cristianas.
Se graduó de médico en la Universidad de Buenos Aires y se estableció en San Nicolás en 1903, ejerciendo su profesión con ejemplar consagración. Viejos vecinos del partido recuerdan al doctor Olivera, recorriendo grandes distancias a caballo en la alta noche para asistir a algún moribundo en los confines del partido.
A todos consta su amor pro la carrera abrazada y el desinterés en su ejercicio, de que da prueba su pobreza incontestable, ejemplo altamente aleccionador en una época asaz materialista. Pudo haber actuado y triunfado con suceso en Buenos Aires. Una vez lo llamó José Ingenieros. San Nicolás torció su destino. Por poco lo aniquila. No quiso salir de su pago este buen gaucho, dónde sus padres dejaron bien cimentados sus virtudes.
Vinculados a los intereses de la educación desde joven fue en la edad madura el profesor reposado, medular y de rica experiencia que apreciaron sus alumnos por su amenidad y bagaje de conocimientos. El profesor Olivera se
interesaba más por la enseñanza moral e intelectual, en la formación de la personalidad, que en la instrucción propiamente dicha de sus educandos.
En los días inolvidables de 1918 fue el guía de la muchacha de los establecimientos secundarios, fundado lo que pudiera haber sido una Universidad Popular, el Instituto "Juventud", en donde militó una generación que ha dado tantos buenos hijos a este pueblo sin parangón quizá en su anales. Fundó en esos días la revista "Lautaro".
Por entonces lo vimos fletar un barco costeado por él, cargado de animosos estudiantes en amigable excursión de extensión cultural por riachos y pueblos costeros, pernoctando en las islas o al campo raso para conocer la naturaleza.
Armado caballero, sus pasiones fueron la justicia y la amistad. Ingenuo, espontáneamente sabía decir las cosas a sus amigos con ese su estilo personal y enmarañado. La Universidad no tuvo influjo suficiente para hacerle variar su idiosincrasia de gaucho franco y noble, baluarte del pundonor y valiente defensor de la verdad, y sabía encontrar fundamentos filosóficos para sus ideas en las estrofas inmortales del Marín Fierro, de cuyos sentenciosos versos se sirvió a manera de proverbios o aforismo en la tertulias amigas y en las polémicas bravías. Cuando perdía un amigo querido no faltaba su última palabra, conmovedora y sentenciosa.
Fue hombre de partido. Así lo vemos como presidente del Concejo Deliberante dirigir los debates con altura y con toda imparcialidad y desde las columnas de "El Progreso" y "El Norte" sostener memorables campañas como la del alumbrado público y la del F. C. a Arroyo Dulce. Diputado provincial, luchó incansablemente por la realización de los trabajos de ese ramal férreo. Le falto esa perseverancia de los que tienen vocación política y algunas de las artes para triunfar en ese orden. Pudo haber sido el jefe ilustrado e indiscutido en San Nicolás, pero después de la victoria caía en una especie de desfallecimiento, siendo difícil acertar en sus móviles determinantes.
Se recluía en su casa, repartiendo las atenciones de su consultorio, con la del hogar patriarcal y con las de la Escuela Normal.
Fue el autor del primer proyecto de camino afirmado hasta Rosario e inició una memorable campaña contra la Sociedad Puerto, factor principal del estancamiento y retroceso local.
Murió en San Nicolás en la década del cuarenta rodeado de la general estimación del vecindario. Hablaron en su entierro Luis A. Ricondo, Manuel A. Zárate, José Basterrechea, Alberto Varela, Almerindo Di Bernardo, Amelia Petraglio de Linlaud, Irma Bauzá, Alberto Peralta Bello y Federico Gard. [3]
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