| Notas |
- En la revista "El dibujo, Derrotero para una historia del arte en el Uruguay" de Walter E. Laroche (Ediciones de la Plaza, 1994) se lo menciona: "Amigo y compañero de taller de Pedro Blanes Viale (1879-1926). Bien dotado para el difícil manejo del lápiz y los pinceles, fue autor de una extensa serie de cuadros de temática marina. Fue colorista de categoría y un dibujante desde sus comienzos, cuando empezó, en 1902, a hacer ilustraciones en la revista "Montevideo", en la que también colaboraban Carlos de Santiago y Vicente Puig. En 1919, el gobierno oriental le otorgó una pensión de 100 pesos mensuales por el lapso de dos años para que se trasladase a Europa a perfeccionar sus estudios en pintura. Ejerció la crítica artística y teatral en el vespertino "La Razón". Fue compositor. Dio a publicidad el vals "Inspiración", realizando también la ilustración de la carátula de la partitura".
Desde San Ignacio, el 20 de octubre de 1934, el famoso cuentista Horacio Quiroga escribió a José María Fernández Saldaría (seudónimo Max Maitland): "He leído que Asdrúbal anda por el Salto en misión política. Por tal motivo no me dirijo también a él. En fin, haz lo que puedas, que en otra carta te contaré las andanzas por aquí de... José Pedro Montero Bustamante, y cómo fue echado de uno de los tantos ranchos que ocupaba a disgusto de sus dueños, por orinar siempre desde la cama contra la pared, la cual había criado verde y mal olor".
En carta fechada el 19 de febrero de 1935, Quiroga le relataba a Fernández Saldaría el asunto en cuestión:
?El caso Montero Bustamante es el siguiente: allá por 1918, creo, cayó por aquí el tal. Venía de yaqué, seguramente. No sé dónde se hospedó al principio ni a quién venía dirigido. Lo cierto es que seis u ocho meses después, o acaso un año, cuando retorné a esta me informaron de que para tener un amigo como el difunto, mejor era estar solo. Se había ido últimamente, no se sabe dónde ni cómo, después de haber sido huésped de ocho o diez ranchos sucesivos. El dueño del último, una enramada a orillas del Paraná, me mostró la pared lindante con un catre de tientos donde dormía Montero. El barro estaba todo florecido de hongos [que formaban] un surco hasta el suelo.
- Ese puerco - dijo el propietario - orinaba contra la pared día y noche.
Antes sabía algunas anécdotas de su estada allí, que he olvidado".
Claro que hay testimonios más agradables y dignos de ser recordados sobre este curioso carácter.
En su autobiografía, el poeta y compositor Fernán Silva Valdés (1887-1975) recordaba: "En realidad yo no tenía un grupo literario, tenía sí, amigos por todos lados. Una noche estábamos comiendo en un restaurante de La Pasiva. Al pagar, nadie tenía dinero. Todos habíamos confiado en el otro. Era invierno. Conde iba a llevar nuestros sobretodos a un empeño donde lo conocían y le abrirían. Cerca nuestro tomaba café con un amigo, un bohemio algo mayor que nosotros; de barba, simpático, que estaba cantándose toda una ópera en falsete, y era la admiración de los mozos italianos del restaurante. Pero al enterarse de nuestro conflicto - era, sin ser íntimo, amigo de casi todos nosotros - se levanta medio con desgano; habla con el dueño, saca de algún lado que no vi, unos pinceles y una paleta de pintor, y subido a un banco se pone a continuar un paisaje al óleo inconcluso, que tomaba gran parte de una de las paredes laterales del salón. Así, al ver que nos quitábamos los abrigos entregándolos a Conde, nos dijo: `No hagan ese disparate ¿cómo se van a quedar sin sobretodo con este frío? Quédense tranquilos que ese muerto lo levanto yo´ Pintó como una media hora, bajó del banco, guardó los pinceles y se sentó con nosotros. La comida estaba paga. Pero ahora se cobraba tomándonos de público para que le escucháramos la continuación de la ópera. Y a fuer de verdad, que así, en falsete, la cantaba muy bien, sobre todo con una dulzura particularísima. Encantados estábamos oyéndolo cuando Tomás Conde, con una carcajada interrumpe al tenor en la romanza de `Tosca´, Cavaradozzi se encrespa diciéndole al andaluz: `¿Y usted por qué se ríe?´ A lo que responde éste, pidiendo perdones: `Me río porque entre cuatro acabamos de comernos una vaca´. La carcajada ahora fue general. Cavaradozzi era el que reía más; pues lo que el pintor de marras había pintado en la pared recientemente, para completar el paisaje holandés en el que ha tiempo venía trabajando por etapas (según le conviniera, según el bolsillo) era una preciosa vaquita blanca y negra bebiendo en el arroyo. Mas aún no he dicho quién era el bohemio señoril y generoso que nos había sacado del apuro `levantando el muerto´. Era alguien muy conocido en Montevideo: algo pintor, algo tenor, y además, cronista teatral y musical; era José Pedro Montero Bustamante."
En un número de la "Revista nacional" publicada por el Ministerio de Instrucción Pública en 1956 se publicó un escrito donde el gran poeta Julio Herrera y Reissig (1875-1910) recordaba al hombre: "En ese año, todavía un niño, me quedé solo en Montevideo, y, la soledad me vinculó con un joven lleno de méritos extraordinarios que no fue capaz de poner totalmente al descubierto porque tuvo que vivir presionado por el mismo mal que hizo trabajar, sin descanso, dieciocho horas al día, a Honorato de Balzac. Aquel joven fue, - y siguió siendo toda su vida - un bohemio extraordinario, pero un bohemio que quizá sea el verdadero arquetipo de los jóvenes de 1900 ya que a él están vinculados todos los artistas que fueron la gloria de esa época: literatos, pintores, músicos y poetas, literato, músico, poeta y pintor él mismo.
Fue un bohemio extraordinariamente simpático, dotado dadivosamente por la naturaleza y movido por un estímulo de sublimidades artísticas. Os recuerdo a José Pedro Montero Bustamante, el hermano mayor de Raúl. José Pedro tenía condiciones de artista suprasensible. Tocaba el piano a la perfección; cantaba con gusto refinado a tal punto que, no pocas veces, los vaivenes adversos de la vida lo obligaron a ejercer el profesorado de piano y de canto; componía música sin haberla estudiado jamás; tenía veleidades literarias que cultivaba, muy de tarde en tarde pero con una gracia encantadora porque había llegado a dominar la arquitectura del verso, a tal punto, que su prosa era casi un verso, ya que en ella, como escribió Mallarmé cuando criticaba a los parnasianos, estaban los ritmos del verso y se encontraban dentro de ella versos admirables. Pero José Pedro Montero Bustamante era, sobre todo, pintor. En 1901 - cuando se escapaba de la vida el pobre Carlos Sáez - verdadera teoría de personalidad y verdadero representante de un arte que hubiera llegado a dominar si no se hubiera cumplido la afirmación del Libro de los Proverbios: "Dios castiga a aquellos a quienes amas", mi padre, - que era mayor que él y que le profesaba una gran amistad y consideración, - le había cedido el salón de los bajos de nuestra casa paterna para que instalara allí su taller de trabajo. En los momentos de ocio, conjuntamente con mi compañero de trabajo, aquel inmortal que se llamó Héctor Miranda, íbamos a hacer nuestro verdadero recreo al taller de José Pedro. Más de una vez ensayé allí un dibujo y más de una vez tuve el atrevimiento de castigar el color en alguna pequeña tela que no fui capaz de concluir.
Un día tuvimos una visita interesante. Vicente Puig, recién llegado a Montevideo, después de trabajar en España con Ramón Casas, empezó a visitar el taller. Se aclimató a él. Dibujaba. Pintaba pero, sobre todo, dibujaba. Tenía la obsesión permanente de su carpeta de apuntes. Había llegado a Montevideo como un clásico, como un verdadero académico, como un hombre encantado de castigar la perfección de la línea y la exactitud de la línea con el modelo. Pero Montevideo de principios del siglo lo envolvió de inmediato. Lo transfiguró a tal punto que la carátula de 'Los Arrecifes de Coral´ levantó una verdadera tormenta y la que hizo para el `Almanaque Artístico del Siglo XX´ no tenía un solo parecido, ni una sola afinidad con las cosas que había traído y con las que hacía todos los días. Había pensado en Muchá y casi lo había copiado. Sobre los hombros blancos de una mujer, en actitud pensativa, sosteniendo el reloj de arena que marcaba el paso de un siglo a otro, Puig colocó una vestiduras negras, con rayas blancas, que tenían toda la apariencia de las alas de un murciélago agorero.
Vicente Puig nos trajo un día a Pedro Blanes Viale. No me olvidaré jamás de la cara de asombro cuando lo hicimos entrar en el laboratorio artístico de la calle Convención. En la pared, un esbozo de retrato a pastel que Puig había terminado algunos días antes. En el medio del salón, cuatro o cinco caballetes, en fila, con telas en las que trabajaba José Pedro. ¿Cuáles? No lo podría decir pero puedo decir que José Pedro, en esa época pintaba marinas al estilo de Larravide, copiaba lagunas pontinas al estilo de Enrique Serra y componía cuadros a la manera de Cusach al que conoció primero por las tricromías que publicaba `La Esfera´ y, después, por una colección de telas que fueron expuestas en una casa de comercio de la calle 18 de Julio. Allí había pintado una de las pocas telas que firmó, y que reprodujo el `Almanaque Artístico del Siglo XX´ con el título de `Maniobras de Artillería´. Montero Bustamante tuvo una producción abundantísima y hoy todavía, muy a menudo y en muchos lugares nos encontramos con ellas y comprobamos con satisfacción que han resistido y siguen resistiendo la ferocidad del tiempo porque la mayor parte de ellas están llenas de gracia, de alegría, de color exacto, vigorosas de luz aun cuando él, en realidad, las pintaba con la preocupación exclusiva de pintarlas pronto, y, de venderlas más pronto todavía. Me acuerdo que la primera impresión de Blanes fue la de estupor pero, en seguida, él, ? que era tan parco en las palabras, y, tan medido en el elogio, ? se refirió enseguida al cielo extraordinario que Montero Bustamante había pintado en una de las marinas en comienzo.
Montero Bustamante tenía un inmenso poder de simpatía; tenía ese poder de simpatía comunicante que sólo tienen los hombres de talento, los hombres de buen gusto, los hombres realmente refinados y Montero Bustamante lo era en el más amplio sentido de la palabra. Esto es tanto así que Blanes Viale lo tomó en seguida para modelo del afiche que pintó para `Anatema´, Canto Boer, de Leoncio Lasso de la Vega. Allí mismo Blanes Viale pintó el retrato de José Pedro Montero Bustamante en tamaño natural y, algunos meses más tarde, Cornú le hizo la cabeza, dos obras que acabo de ver y que recuerdan la bella estampa de este hombre con su cara pálida, su gran pelo ensortijado dividiéndole la cabeza en dos, de un color rubio casi grisáceo, con su barba bien poblada y con sus ojos mezcla de verde y de azul como un lago en donde se reflejaban las excelsitudes de su espíritu mezcladas a las torturas de su corazón.
En esos mismos días José Pedro era visitado con mucha frecuencia por Julio Herrera y Reissig que ya había dejado de publicar `La Revista´ y empezaba a vivir la urgencia de su vida interior. El taller de la calle Convención se esfumó, y, algunos años más tarde, volvíamos a encontrarnos en un ambiente parecido, en un nuevo taller en el que trabajaba Montero Bustamante y Vicente Puig en la calle Buenos Aires en donde generalmente iban los amigos del uno y del otro y en los que iba también muy a menudo Julio Herrera y Reissig."
Herminia Herrera y Reissig, hija del poeta, recordaba años después:
"Julio Herrera y Reissig frecuentaba en los primeros años del siglo el atelier interesantísimo de José Pedro Montero Bustamante y Vicente Puig, que estaba instalado en la calle Buenos Aires 124 (número antiguo) en los bajos de la casa en que más tarde el poeta viviría casado y también allí moriría. ¡Arcamos insondables del Camino a recorrer!
¡Cuántas veces más tarde, Julio, habrá evocado en sus insomnios de enfermo, en su casa de la calle Buenos Aires, aquel ambiente de plena juventud y de entusiasmo, formado de una unidad intelectual, de una expresión espiritual común, en una entente armoniosa del pincel y de la poesía!
Allí se conversaba, se pintaba, se reía y también gritábase y gesticulábase. Una confusión de ideales lanzados vertiginosamente al espacio. ¡Y el espacio no era muy grande para tantas alas! De entrada un simple portal, pero dentro mucha luz, y una gran alegría trascendente que saturaba las almas de esperanza? y todo con un colorido violento e imborrable.
Esas reuniones fueron la antesala de la "Torre de los Panoramas". El lente de su lirismo ilustrado de imágenes, mostrábales los mirajes que llevaban en ellos incandescentes, aunque los ojos exteriores no vieran más que una calle estrecha, y casas embotadas de hastío. Ellos poseían el Espacio...
José Pedro Montero, inspirado marinista y todo él artista; ecléctico en todas sus fibras. Vicente Puig, joven catalán, muy joven, pero ya con rasgos de Maestro retratista. Desde sus comienzos poseía la elegancia de la línea y la riqueza del colorido.
Entre los asiduos contábase con Blanes Viale, elemento de primera magnitud; y posiblemente de esas tardes surgió el retrato del pincel del amigo y Maestro Blanes Viale, al poeta Julio Herrera y Reissig. Eran contertulios Carlos Saez, Enrique y Julio Lereno Juanicó, Carlos M. Herrera, Raúl Montero Bustamante, Carlos De Santiago, Rodolfo Mezzera y otros se asomaron al taller.
De esos días de efervescencia de Arte, el poeta Herrera y Reissig, escribió un magnífico artículo de fina apreciación artística, sobre 'La dinastía de los tres Carlos', Saenz, Herrera y De Santiago.
Las utilidades positivas del atelier eran escasas... para ellos el Arte era lo maravillosamente y divinamente útil; creaban, y esa era la antorcha encendida, la ofrenda constante de sus espíritus, que hacíalos olvidar la vida común, conformándose con el estoicismo de Zenón: "sufre y abstente".
La vida separó más tarde a los dos pintores amigos, Montero Bustamante y Puig, en rutas opuestas.
El espíritu inquieto y bohemio de José Pedro Montero, realizó, aunque de modo incompleto, la fantasía de horizontes nuevos. Quiso recorrer América, pero al pisar suelo paraguayo, su sensibilidad artística sintió el contacto de aquella flora tropical, exuberante, y fastuosa, aunque los bosques no eran su atmósfera propia.
Siempre ansioso quiere ir más adelante, ver mar, montañas, cielo; todo eso que su pincel poseía con expresión intensa.
Pero su espíritu se debatía en una mar de tinieblas, en lucha con el físico delicado, impotente para resistir el clima paraguayo. Sus familiares trajéronlo para morir en su patria, lo que ocurrió al poco tiempo de su retorno'.
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