Notas |
- Intelectual, político, economista y escritor, uno de los padres del liberalismo en Uruguay.
Nació en la ciudad de Montevideo el 31 de enero de 1824.
Cursaba sus estudios de Humanidades en el Colegio de los Padres Escolapios, cuando estalló la Guerra Grande, en 1839.
Tempranamente vinculado al partido conservador (Colorado), fue el camarista más joven de la Asamblea de 1852, donde templaría su moral política bajo la tutela de Juan Carlos Gómez, su "maestro de altiveces cívicas".
Representante nacional en 1855 y 1857, la tensa atmósfera política que precedió a la revolución de ese último año le llevó a exiliarse en Buenos Aires. Allí, en 1862, se doctoró en jurisprudencia y regresó Montevideo en 1865, con la imposición del florismo colorado del que fue implacable opositor.
En marzo de 1865, tras el triunfo del general Flores, el nuevo gobierno lo designó para integrar el Superior Tribunal de Justicia.
En el año 1867, concretamente el 8 de marzo, con un largo y memorable discurso, se integró a la cátedra de Economía Política que debía dictar en la Universidad. Esta cátedra siguió siendo por décadas el único ámbito de docencia universitaria en la materia. De ideas liberales, se mantuvo fiel a los postulados de la escuela pública que había asimilado en las aulas de la Universidad de Buenos Aires, donde fuera discípulo de Nicolás Avellaneda.
Los años iniciales de su cátedra, ceñidos por la orientación del texto de Garnier, ejemplificaron la subordinación conceptual de la economía a normas y leyes inmutables. Al mismo tiempo, su concepción de la moral como criterio absoluto de valor, se vinculaba al fondo espiritualista del antiguo cristianismo doctrinal. Ilustra adecuadamente el alcance y la contextura de lo moral en el pensamiento de Bustamante, uno de sus olvidados ensayos, referido a la doctrina de Bentham, y a la influencia de este autor del medio rioplatense. Allí persigue, desde sus orígenes en el siglo XVIII, la eclosión del utilitarismo en sus contactos con el liberalismo y en su insinuante "materialismo social" enaltecido, con la prestigiosa aureola que le otorgó Bentham, su fundador. Luego encara su influencia en el medio rioplatense, ejemplificándola en uno de sus tempranos discípulos, el Dr. Lucas Obes, a partir del cual enjuicia la repercusión - funesta a su modo de ver - de esa doctrina en la vida política y social del Uruguay.
Dada la estructura del programa del aula y las preferencias del catedrático, buena parte del curso se extendía en una frondosa filosofía en torno a las formas y los derechos constitucionales, la teoría del Estado, los límites del gobierno, los derechos individuales, la soberanía popular o el derecho de insurrección. Prendado de los modelos doctrinarios británicos, familiarizado con las ideas políticas de la escuela de Virginia, guardó cierta desconfiada cautela ante los desbordes de la soberanía del pueblo y ante algunas derivaciones del pensamiento revolucionario francés. Ha tomado, sin duda a través de Juan Carlos Gómez, la línea jeffersoniana de limitación a la soberanía absoluta, ya del gobierno o ya del pueblo, y de la salvaguardia de los derechos individuales. Cree Bustamante que el sustento de la organización política estriba en el consentimiento del pueblo. Partiendo de este principio gustaba discurrir sobre el derecho a la insurrección, que entiende como garantía de la legitimidad del poder y como arma suprema contra los desmanes de los gobiernos arbitrarios. Pero quizá la concepción que más cuadra a sus opiniones acerca de la soberanía es la de los doctrinarios franceses. Ya en la soberanía de la razón que pregona Cousin o en la autoridad representativa de Guizot o, marcadamente, en la formulación constitucional de Benjamin Constant se ubica la filiación de las ideas de Bustamante, engarzadas en un individualismo que no reconoce a la libertad más límites que la ley. "Sub Leges Libertas", solía repetir en el aula, y a esa consigna ajustó su inflexible crítica de sistemas.
En el dominio estricto de la ciencia económica, la adopción del texto de Baudrillart significó una obligada consecuencia con sus principios filosóficos. En el convencimiento de que la sociedad se rige por leyes naturales que son expresión de relaciones espontáneas entre los hombres, y que en el estímulo de las iniciativas individuales reside el fin último de la actividad económica, Bustamante halló en el "Manual" de Baudrillart el vehículo didáctico para la definición de sus principios liberales. Carlos María de Pena, testigo y cronista de la evolución metodológica del aula, recuerda así su adopción en la cátedra: "No desconocemos la reacción que produjo al introducir en la enseñanza el doctor Pedro Bustamante, en armonía con sus principios liberales, con su acerado temperamento de crítico y su inflexible criterio de moralista, el 'Manual' de Baudrillart, consagrado principalmente a doctrinar con cierta severidad dialéctica; a señalar relaciones estrictas de economía y ética; a establecer a priori conclusiones sintéticas en claro, conciso, y elegante lenguaje expuestas."
El "Manual" de Baudrillart empezaba a circular en el aula montevideana en los días que sucedieron a la crisis financiera de 1868. Cerrada su gestión ministerial en los prolegómenos del derrumbe, Bustamante inicia un paréntesis en su actividad política. En su prédica universitaria sin duda se recoge el saldo de la experiencia que termina de depararle su efímera labor de gobernante. La exposición y comentario de Baudrillart no excluye, por lo demás, la crítica y aun la disidencia abierta: acérrimo partidario del derecho de emisión y de la conversión e implacable opositor del papel moneda y del curso forzoso sus opiniones en materia bancaria fueron opuestas a las del publicista francés, como lo hizo constar en varias oportunidades - incluso en la Cámara de Representantes - al defender su proyecto de libertad de emisión en 1873. El fondo doctrinario de sus ideas económicas resistió inconmovible a las perturbaciones de 1868 y 1869 aferrándose invariablemente a ellas más tarde como diputado y como postrer ministro de Hacienda de los últimos días del gobierno principista. Nuestro catedrático perteneció, sin duda en su medida, a aquel orden de "utopistas del liberalismo" que al decir de Croce tipificara Bastiat hacia mediados de siglo. Tampoco escapa Bustamante al juicio de Croce cuando, sostiene que estos sistematizadores que pretendieron descubrir las leyes de la convivencia humana no hicieron sino poner la ley de la historia más allá de la historia.
La página acaso más ilustrativa de la orientación de Bustamante corrobora esa filiación. Aun con las disidencias parciales que guarda respecto de Bastiat (el espíritu volteriano que anima los "Sofismas"), el credo de Bustamante, explícito en el siguiente fragmento, no se apartó sustancialmente del tono normativo de los economistas de 1850: "La economía política - decía al tomar posesión del aula en 1867 - ha reducido a su verdadero valor esas quimeras peligrosas que no ha mucho conmovieron en sus cimientos a las sociedades europeas [alude al socialismo] y también han servido en Francia a la causa del despotismo anárquico, asegurándoles el puesto preeminente que les corresponde entre las invenciones de la humana locura; y ha demostrado con argumentos incontestables e incontestados: 1° que toda la riqueza deriva de la energía del trabajo individual o de la actividad espontánea de los hombres, la cual se somete por sí misma o por la sola fuerza de las cosas, a ciertas leyes regulares y constantes que la encaminan hacia los resultados más felices; y 2° que la más fecunda y admirable organización de la industria, la que más justa y equitativamente distribuye los frutos del trabajo, es la organización natural, aquella que hace esa distribución con sujeción al principio que dice: 'a cada uno según su capacidad y a cada uno según sus obras'".
En su vejez Julio Herrera recordaba a su antiguo compañero de cenáculo de la siguiente forma: "Se había dedicado especialmente al estudio de las cuestiones económicas y financieras que por su naturaleza de positivas y experimentales, no se adaptaban bien a la índole de su inteligencia enamorada de los principios absolutos, de las teorías que suponen la ciencia económica regida en su fenomenalidad por leyes universales e invariables".
En 1868 se desempeñó por algunos meses como Ministro de Hacienda, bajo el gobierno del general Lorenzo Batlle. Sin embargo, su actuación más destacada se iniciará recién al año siguiente, al asumir el rectorado de la Universidad de Montevideo.
A la controvertida elección de Lorenzo Batlle había seguido el levantamiento de Máximo Pérez, y la crisis económica coincidió con el azote de cólera en el verano de 1869. Los preparativos revolucionarios de los blancos en Entre Ríos y la anarquía que culminó con el alzamiento de Caraballo agitaron los ánimos en la capital. La Universidad no escapó a las consecuencias de esas inquietudes. El 18 de julio de 1869 no se alcanzó el quórum necesario en la Sala de Doctores para lograr la renovación de las autoridades. En consecuencia, se convocó nuevamente a elecciones para el domingo 25. La candidatura de Bustamante se presentaba como una necesaria renovación universitaria, alegándose que "el estado de decadencia en que de algún tiempo a esta parte se encuentra la Universidad de la República, reclama imperiosamente la presencia al frente de esa importante institución de una persona capaz por su ilustración y reposo, por su energía y su espíritu de orden e iniciativa". ("El Siglo", 25 de julio de 1869).
Aunque su candidatura había sido propuesta por la Sala de Doctores, y prometía aires renovadores, el núcleo blanco de la Universidad trabajó por la candidatura del doctor José María Montero (futuro consuegro de Bustamante). Montero triunfó sobre Bustamante por dos votos, siendo designado vicerrector Ildefonso García Lagos.
Enseguida la prensa colorada comenzó una acre campaña contra "los jueguitos de mala ley" empleados en la elección de rector. Un suelto aparecido en "El Siglo" (27 de julio) reflejaba el trasfondo político de la elección: "La sorpresa estaba urdida y preparada hábilmente y en el momento mismo de empezar la votación se presentaron los conjurados y en perfecta uniformidad votaron, por el Dr. Don José María Montero... ¿Qué títulos tiene el Dr. Montero para ocupar ese puesto? ¿Qué servicios le debe la Universidad? ¿Cuándo ha demostrado el Dr. Montero que por la elevación y liberalidad de sus ideas merezca ser puesto a la cabeza de la enseñanza universitaria? Si hay algún hombre de letras extraño a la Universidad, ese hombre es el Dr. Montero... Entre sus correligionarios merece el concepto de retrógrado y atrasado... ¿Qué puede hacer el Dr. Montero, antipático por todas razones, no sólo a la gran mayoría de los miembros del Consejo sino a los hombres que constituyen los diversos poderes del Estado? Poco felices y mal inspirados han estado los señores de la conspiración secreta y dolorosa. Y si un objetivo político se propusieron, no les envidiamos la táctica porque es darnos el grito de alarma antes de tiempo...". Concluía el articulista, señalando que, por el contrario, los colorados no habían antepuesto el color político para su rectorado; prueba de ello, muchos votaban para el cargo de vicerrector a García Lagos o a Brito del Pino, porque "ambos son jóvenes y educados en la Universidad, familiarizados con ella, y, sobre todo, de ideas liberales".
Acusado de fraude electoral, Montero debió renunciar, y en una nueva votación, el 1º de agosto, Bustamante resultó electo.
Desde entonces, realizó una intensa actividad, solicitando al gobierno la sanción de nuevos planes y reglamentos. Procuró restablecer la disciplina interna: "No se me oculta - decía el flamante rector - el concepto, acaso exagerado, que muchos de los jóvenes estudiantes tenían de mi severidad al tiempo de mi elección, pero dado el estado en que encontré este Establecimiento al recibirme de él... es permitido asegurar que sin desplegar severidad no era ya posible salvar a la Universidad; y agregaré, que la misma opinión exagerada que se ha tenido de la mía, me ha valido no poco para vencer en breve tiempo las resistencias con que era forzoso luchar para conseguir el restablecimiento del orden y de la subordinación, primera condición de conservación y progreso en establecimientos de esta especie, y para cortar ciertos abusos que obstaban invenciblemente a la regularidad y aprovechamiento de los estudios."
Desde su cargo apoyó la doctrina jurídica de la libertad de estudios, contraria a la tesis del monopolio estatal. Pidió asimismo la creación de las cátedras de Derecho Constitucional y de Derecho Penal, inauguradas en 1871.
Al dejar su cargo, en julio de 1871, Bustamante reiteraba los reclamos del apoyo legislativo para nuevos reglamentos y nuevos planes de estudio y enunciaba además la que sería doctrina jurídica de la Universidad en los años del setenta: la libertad de estudios. El concepto del monopolio de la enseñanza por el Estado, tesis que tuvo plena vigencia en la época de Herrera y Obes, había sido suplantada, a instancias de la irradiación de los postulados de la Economía Política, por el de la más amplia libertad. "Una acertada reforma... y una mayor libertad acordada por el legislador a la enseñanza superior y científica que es la que más la necesita - decía Bustamante a la Sala de Doctores -, porque la verdadera ciencia no puede progresar ni aun existir siquiera sin libertad, darían un poderoso impulso al desarrollo de los estudios universitarios. Soy en efecto, de los que creen, que en educación como en industria, comercio, etc., nada hay que pueda suplir la benéfica acción de la libre concurrencia; y si necesitamos hechos en que apoyar mi opinión a tal respecto, los encontraría en los espléndidos resultados que ha producido en Alemania, en Bélgica y en los Estados Unidos el establecimiento de las Universidades libres. Más aún: tengo la conciencia de que no sería nuestra Universidad la que menos ganase en todo sentido con la adopción de semejante régimen: pero, a no dudarlo, ganaría el país, y es lo principal". Y concluía diciendo: "Mientras eso no se realiza, redoblemos y unamos todos nuestros esfuerzos, SS. de la Sala de Doctores, miembros del Consejo y Catedráticos de la Universidad, a fin de evitar que esta institución, surgida como por encanto de la situación más crítica y calamitosa porque haya pasado la República, se derrumbe en una época relativamente próspera. Hagamos de esto cuestión de honor para el país y para cada uno de nosotros, imitando el noble ejemplo que nos legara el hombre que fue, puede decirse, el alma de su fundación, el inolvidable Dr. D. Luis José de la Peña. Que nuestro amor a las luces y nuestro anhelo por el adelanto intelectual de nuestra juventud estudiosa pueda más para mantenerla de pie que la indiferencia o mala voluntad de otros, para dar con ellos en tierra".
El alejamiento de Bustamante del aula, ocurrido a fines de 1872 al resultar electo como representante nacional, clausura una etapa en la historia de la cátedra de economía en la Universidad de Montevideo.
En el año 1873 retornó a la vida política, una vez más como diputado, pero abandonó su cargo antes de finalizar el mandato. Al poco tiempo fue designado nuevamente Ministro de Hacienda, esta vez del gobierno del Dr. José Ellauri, función que desempeñó desde septiembre de 1874 hasta enero de 1875, poco antes de que estallara el movimiento que depuso a las autoridades constitucionales.
Esto lo alejó por varios años de la actividad política (se exilió en Buenos Aires, donde pasó grandes dificultades económicas), continuando su militancia en las filas de la oposición como simple ciudadano.
Recién habría de retornar a la actividad política en 1888, cuando aceptó una banca de diputado bajo el gobierno del general Tajes. Poco tiempo después asumió el cargo de Presidente del Banco Nacional, y estuvo al frente del mismo hasta que la institución cerró sus puertas, como consecuencia de la crisis financiera.
A comienzos de 1890 fue electo senador por el Departamento de Canelones, cargo que ocupaba al momento de su muerte, el 22 de febrero del mismo año.
Su nieto, el poeta y escritor Raúl Montero Bustamante, recordaba los honores fúnebres: "Íbamos a pie, por el centro de la calzada, con mi padre y mis tíos, rodeando a Julio Herrera y Obes, que era entonces Presidente de la República, El séquito desfiló ante el ejército tendido en linea, que rendía honores. Las marchas fúnebres que ejecutaban las bandas militares, el son de los tambores que batían a la sordina, las banderas enlutadas, las descargas de artillería y fusilería, el olor de la pólvora, las preces religiosas exaltaban mi imaginación; pero esta exaltación se hizo mayor; cuando en el Cementerio, el Presidente de la República se adelantó hacia el féretro y pronunció, con conmovido acento, palabras que, sin entenderlas del todo, quedaron muchas de ellas grabadas en mi memoria para siempre: 'generación preclara que nos ha precedido en las luchas tumultuosas de la organización nacional'... 'caracteres fundidos en el fuego de las ideas y de los sentimientos de la revolución del 89', 'espíritus nutridos en la literatura romántica del año 1830', 'hombres que tenían el temple caballeresco del heroísmo, la idolatría de la patria, el fanatismo del honor, el culto de la virtud, la ambición sublime de la inmortalidad y de la gloria', 'desprecio altivo de la fortuna y de la vida que hace tan fácil y sencilla la práctica de la honradez, de la abnegación y el sacrificio'... ¡Cuánto de esto ha sonado después en mi espíritu y ha solido asomar a mi pluma!". [1]
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