Notas |
- El comercio en gran escala constituyó el quehacer habitual del esposo de Bernabela. En uno de los frecuentes viajes que ese tráfico requería, Joseph de Beláustegui bajaba a Buenos Aires, desde el Perú, al frente de seis carretas repletas de mercaderías destinadas a venderse en el puerto rioplatense. Durante ese largo recorrido, el miércoles 2-XII-1702, dicha caravana alcanzó el monte de la estancia "La Concepción", comunmente llamada "de Romero", en tierras de Santa Fé. Allí Beláustegui enfermó de repente, para fallecer a las pocas horas, quedando sepultado su cadáver en la capilla de ese paraje. Antes de exhalar su último suspiro, el hombre dictó un testamento, que apenas pudo firmar por el temblor de su mano: "Digo yo el capitán Joseph de Beláustegui, que en la ora presente me hallo para dar el alma a Dios, y Digo qués mi voluntad dejar por mis albaceas al Sargento Mayor don Juan de Lacoizqueta, a Pedro de Arizmendi y a mi hermano Andrés de Zuázola, siendo testigos el Capitán Pedro Moreno, Ambrosio de Alzugaray, Juan Asencio Istueta y Ambrosio Gil Negrete, y es mi voluntad dejar a nuestra Señora de las Mercedes de Jujuy un ornamento de damasco blanco con encajes de oro."
Entre las prendas de uso personal que Belaustegui traía acondicionadas en petacas de cuero, destaco primeramente sus armas: una escopeta corta, dos escopetas vizcaínas, una carabina pequeña, dos carabinas más, dos trabucos, dos pares de pistolas y una espada. Luego estos utensilios: Unas espuelas de plata, un porongo con brocal de plata, un mate engastafo en plata, seis platillos, dos fuentes, una basinica, cuatro candeleros, un salero, jarras, ollas, seis cucharas, dos vasitos, un toldo redondo (carpa?). Y sus ropas y mercería: dos camisas hiladas con valonas, algunos pares de "zaragüelles" (calzones anchos con pliegues), calcetines y medias, una montera, un sombrero negro de castor, tres sombreros blancos, unos "coronillos" (casquetes) de vicuña, una sombrerera de vaqueta, manteles, colchón y frasada, una almohada blanca con funda de tafetan verde; además esta bibliografía de cabecera: cuatro tomos de folio grande de "la Canónica de San Francisco" y "un libro de quentas que (decía en la tapa) fué del Capitán Joseph de Ibarguren, mi suegro".
De las seis carretas y cargamento que se transportaba en ellas hízose cargo, previo inventario, el Alguacil Mayor santafesino Pablo de Aramburu (7º abuelo mío - ver los apellidos Ruiz de Ocaña y Aramburu). En cuanto a los efectos vendibles, contenidos en grandes fardos "aforrados", el respectivo detalle consigna, entre tantas piezas; encajes de Lorena; barracanes; lanillas blancas; camellones; anascotes negros y blancos; paños finos de Holanda, de Ruan y de Segovia; lienzos de Vizcaya y de Cambray; bretañas; valonas de encaje; holandillas; bramantes; sedas de Calabria; tafetanes, estopillas y estameñas; cintas de Venecia; lienzos de algodón y de cáñamo; pañuelos bordados; tocas; "ongarinas" (gabanes sin cuello ni talles); camisas; calcetas y tapapies de raso; medias; calzones de seda y de hilo; sombreros de castor; toallas, manteles y servilletas. Y junto a objetos de lujo tan delicados como unas cajas de carey y "dos abanicos de la China", el inventario registra - tal cual "las cuentas del Gran Capitán" - una partida de "palas y azadones". El conjunto de dichas mercaderías - según tasación que se hizo - significaba un fuerte capital para aquella época: 120.124 pesos y 6 reales, nada menos.
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