Notas |
- PETRONA DE SALCEDO Y SILVA, que vino al mundo en Buenos Aires el 28-VI-1754. Las vísperas de cumplir sus 20 de existencia, el 5-VI-1774, ella contrajo nupcias en esta ciudad con el joven porteño Antonio José de Escalada, bautizado el 20-IX-1753; hijo de Manuel de Escalada y Bustillo de Zeballos , de las Bárcenas y Gutiérrez de Socobio, y María Luisa de Sarria y Lea y Plaza. (Antonio José y su hermano Francisco Antonio nacieron fuera del matrimonio - sus genitores eran solteros -, pero fueron reconocidos por el padre, el 2-V-1771, y legitimados luego por Real Cédula del Monarca Carlos III, dada en el Pardo, el 15-I-1772. Detalladamente trato sobre la filiación, antecedentes y sucesión de los Escalada, en un capítulo especial , al que me remito).
Antes de haber transcurrido un mes de su boda, por escritura del 2-VII-1774, autorizada por el Escribano Eufrasio José Boizo, Antonio José dotó a su esposa con 12.000 pesos, y la flamante pareja se allanó a vivir en la casa y junto a la madre de la desposada. Así lo recordó Escalada en su testamento (10-X-1821), con estas palabras alusivas a Petrona Salcedo su consorte de primeras nupcias: "refaccioné y aumenté la casa y la quinta de su madre, doña Juana Silva, que aún vivía, y yo también habitaba en comunidad; por lo que forme entonces mi resolución de que los gastos fueran comunes y no lleve cuenta alguna de ellos, ni es mi voluntad que se intente hacerlo por mis sucesores, mayormente agregándose la poderosa razón de que muerta dicha mi suegra, doña Juana Silva, no hice inventario de sus bienes, sino que los incorporé indistintamente a los míos".
Cuenta la tradición familiar que a Petrona Salcedo la llamaban en su época la "gran señora", lo que posiblemente sea cierto; pero se equivoca cuando la hace sobrina cercana del Virrey Vértiz y Salcedo. Sobrina del tiempo de Maricastaña tal vez lo fuera, ya que el mandatario de "las luminarias" provenía, como su madre, una Salcedo Enríquez de Navarra, de una rama de la Casa de los Señores de Salcedo de Aranguren, que se estableció en Navarra. En cambio, como sabemos, nuestra antepasada derivaba directamente de los Salcedo de la Jara, cuya separación con los parientes de la Torre de Aranguren se produjo allá por el siglo XIV.
Por otra parte, en el libro de homenajes a la memoria de Antonio José de Escalada, con motivo del centenario de su fallecimiento, editado en 1922, y sospecho que escrito por su descendiente Carlos Alberto Carranza, se reproduce una leyenda de que en 1784, la joven señora Petrona Salcedo de Escalada, que "tenía 26 años de edad, concluía de colocarse el aderezo para dirigirse a un suntuoso baile dado por el Virrey Marqués de Loreto, cuando repentinamente cayó en un rapto de lucidez o éxtasis". Su hijo Bernabé presente en la alcoba, quédase admirado de la transfiguración de su madre que parecía "la Virgen del Cielo". "Dios me llama, que dicha!" le susurra la señora al niño con los ojos en blanco; pero enseguida sale para la fiesta del Fuerte, de la que regresa a la madrugada, y "sin haber tenido tiempo de despojarse de sus atavíos, rindió como una santa su alma, recostada en su propio lecho, tenía puesto sobre su cuerpo los cilicios con que acostumbraba mortificarse. Su madre, Juana de Silva, quedó ciega de tanto llorar por su única hija, mientras que el esposo Antonio José de Escalada, fue a sepultarse en una lóbrega celda del Convento de los Recoletos. Allí despojado de sus vestidos mundanos, demudado el semblante, rapado el cabello, demacradas las carnes, se sometió a las más rigurosa disciplina monástica durante dos años".
Todo esto es pura fantasía, y constituye un melodrama grotesco. En 1784, doña Petrona no tenía 26 años sino 30. Parece muy natural que concurriera a los bailes del Virrey Loreto, aunque sin estos cilicios insoportables para las danzas del rigodón, la pavana o el minué. La verdad es que precisamente el 1-VI-1784, el día antes de su fallecimiento, doña Petrona se sintió morir, y en vez de largarse al sarao virreinal, hizo llamar al Escribano Núñez, titular del Registro Nº 1, ante quien otorgó su testamento. Su madre, Juana Silva, no se quedó ciega (yo ví su firma claramente estampada en aquella escritura de última voluntad de 1790). En cuanto a la rapadura y penitencias de Escalada en la lóbrega celda recoleta desde el año 1784 hasta 1786, solo podría decir que no me convencen tales exageraciones, ya que durante el transcurso de dicho lapso, el recluído inició la construcción de su memorada y hospitalaria casa de altos frente a la Plaza Mayor. En efecto; en 1786 otorgó Escalada una escritura de censo sobre ese inmueble; compró, además, un terreno en el barrio de El Retiro, y, finalmente, en 1788, el consolado viudo compartía su tálamo con Tomasa de la Quintana Aoiz, su esposa de segundo matrimonio.
Así pues, aquel 12 de junio, doña Petrona "enferma pero con mis cinco sentidos y potencias cumplidas", declaró en su testamento ser hija legítima de José de Salcedo y de Juana Silva, y consorte de Antonio José de Escalada, con quien hubo dos hijos que vivían a la sazón; Bernabé Antonio y María Eugenia. Puntualizó no haber traído dote alguna al matrimonio, y que su marido, por escritura otorgada ante el Escribano Eufrasio Boyso, la dotó con 12.000 pesos. Dispuso que "mi cuerpo sea amortajado con el ávito y cuerda de la Religión de San Francisco y enterrado en la Iglesia de La Merced; y nombró por albaceas: en primer término a su marido y, seguidamente, a su cuñado Francisco Antonio de Escalada. Por último dijo la causante no poder firmar, entonces a su ruego firmó la escritura el testigo Manuel Basabilbaso, amén de otro testigo Thomás Ramos, de todos los cual dió fé el Notario Pedro Núñez.
Al día siguiente de testar (13 de junio) la juvenil doliente exhalaba el último suspiro. Su cadáver, conforme a su voluntad, quedó sepultado al pié del altar de San José, en la Iglesia de La Merced; y en el funeral que tuvo lugar una semana más tarde, el fraile mercedario Manuel Sánchez, pronunció conmovidas palabras de alabanza hacia la difunta: "Su alma -dijo - era agradable al Señor; por eso se apresuró a sacarla del centro de las iniquidades ... Esta joven, desde sus tiernos años pareció siempre un alma buena; era de ánimo suave, de corazón recto, tan benigno, tan igual en el humor, que se granjeó todas las voluntades de este numeroso pueblo ... Todas estas relevantes pruebas ... le merecieron de aquel gran Jefe, digno de eterna memoria, el Exmo. Señor don Pedro Zeballos, que le franquease, sin solicitarlo, todo su favor y dote para ser religiosa, si se resolviese algún día a la elección de este noble estado ... Ella prefería lo sólido a lo brillante, lo serio a lo vivo y bullicioso ... La hubierais visto, en medio de su abundancia y riqueza, afligirse cuando por obediencia usaba galas y ricos vestidos; la hubierais visto en el cuidado exacto de sus domésticos, hasta llorar por los defectos en que ellos incurrían, pedir misericordia para si y para ellos; componer sus ropas y curar las úlceras que ellos tenían, y cifrar sus mayores delicias en la comunicación y amistad con sus parientes pobres; visitarlos en sus casas, comer con ellos y socorrerlos en sus necesidades como una madre verdaderamente cariñosa ..."
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