Notas |
- Entre junio de 1865 y diciembre de 1867, Marcos Paz ejerció la presidencia en reemplazo de Bartolomé Mitre, quien había delegado el poder en su vicepresidente para marchar al frente de batalla. La relación entre ellos era de absoluta confianza y respeto.
El desempate del vicepresidente de la Nación, en su condición de titular del Senado, adverso al proyecto de ley de retenciones enviado por el Poder Ejecutivo, puso sobre el tapete el papel que realmente le cabe a quien la Constitución designa como el reemplazante del primer mandatario en los casos "de enfermedad, ausencia de la Capital, muerte, renuncia o destitución", a la vez que le otorga la conducción de la Cámara alta y el voto, sólo para romper la paridad del sufragio.
Como no podía ser de otro modo, se han invocado en estos días, con bastante frecuencia, los ejemplos que brinda la historia argentina de vicepresidentes que, puestos al frente del Poder Ejecutivo por alguna de las causas arriba mencionadas, ejercieron en plenitud sus cargos, y en algunos casos lograron corregir graves errores de los jefes del Estado.
Pero, que sepamos, no se ha hecho referencia al coronel doctor Marcos Paz, vicepresidente del general Bartolomé Mitre. El primer mandatario, convertido en comandante en jefe de los ejércitos de la Argentina, Brasil y Uruguay como consecuencia del Tratado de la Triple Alianza contra el gobierno del Paraguay, delegó el mando, el 12 de junio de 1865, en quien se hizo cargo a partir de entonces de la pesada conducción de un país aún sacudido por disensos fratricidas y carente de recursos para atender al esfuerzo bélico y subvenir necesidades elementales de la administración pública.
Mientras Mitre comenzaba a levantar de la nada un ejército en Concordia, recurriendo a sus escasas unidades de línea y apelando a la movilización de la guardia nacional de las provincias, cuyo demoroso alistamiento también fue responsabilidad de Paz, éste optaba por mantener a los ministros que habían acompañado al Presidente, convencido de que no convenía hacer cambios pues la lucha no sería duradera. La realidad lo convenció amargamente de su error. Pero, lejos de amilanarse, comenzó a desarrollar una labor incansable. Su correspondencia frecuente con los gobernadores de provincia, y sobre todo con Mitre, refleja las penurias que soportó para vestir, armar y alimentar a miles de hombres, poner en vereda a los proveedores que pretendían lucrar en exceso sin importarles la situación de la República sometida a un sangría interminable, y afrontar otras erogaciones de la administración.
Aquel tucumano, que había ocupado altos cargos públicos y ejercido el gobierno de su provincia natal, luego de formar parte del Senado de la Confederación Argentina tuvo que doblegar sus deseos de participar personalmente en la campaña, luciendo su uniforme de coronel y mandando alguno de los cuerpos de la Guardia Nacional. Sin embargo, brindó lo más entrañable que podía ofrecer, aceptando que su hijo Francisco se incorporara como capitán de un batallón veterano. Aquel joven promisorio moriría muy cerca de su amigo Domingo Fidel Sarmiento en el aciago asalto de Curupaytí.
Dice Carlos Heras que las relaciones entre Mitre y Paz estaban regidas por la mutua comprensión, la absoluta confianza y el profundo respeto hacia la opinión del otro. Nada de alguna importancia hicieron, en lo político o en lo militar, sin previa comunicación o consulta. "Cuando hubo divergencia, fue señalada con sinceridad y respeto; cuando alguno de los dos sintió tocada su investidura, hubo, sin reticencia, el llamado de atención, siempre acogido con el ánimo dispuesto a la explicación capaz de borrar todo vestigio inamistoso". Paz, abrumado por los ataques de algunos amigos del Presidente, incluso de la prensa "nacionalista" que le respondía, quiso renunciar en dos ocasiones, pero el Presidente no sólo desautorizó acusaciones temerarias sino que le manifestó su consideración y respaldo, rogándole que permaneciera en el cargo.
Se peleaba en el Paraguay y se luchaba contra los alzamientos en el interior. Mitre le confiaba intimidades de la lucha que libraba no sólo contra el aguerrido adversario sino para superar desinteligencias con los propios aliados. Paz le respondía solícito, y sabiéndolo gran fumador de cigarros, le enviaba cajas y cajas que se sumaban a las que le remitían otros amigos para mitigar las privaciones que vivía.
Hasta que ocurrió lo inesperado. El cólera, que había hecho estragos en el Ejército, llegó a las ciudades ribereñas del Paraná y se introdujo en Buenos Aires. El 28 de diciembre de 1867, el vicepresidente sintió los fulminantes síntomas del mal. Y el 1º de enero, Guillermo Rawson, ministro del Interior y médico eminente, le transmitió al primer mandatario, que se hallaba en el campamento de Tuyú Cué, este mensaje descorazonador: "Apenas tengo esperanzas de salvarle la vida". Al día siguiente falleció en su residencia de San José de Flores, y pese a que la ciudad estaba casi despoblada por el éxodo de sus habitantes, un silencioso e imponente cortejo acompañó sus restos hasta el cementerio de la Recoleta. Contaba con sólo 51 años de edad.
Entonces, Mitre debió "bajar" con urgencia desde el Paraguay para retomar el mando y concluir el período que había comenzado el 12 de octubre de 1862.
Por Miguel Angel De Marco
Domingo 10 de agosto de 2008 | Publicado en diario de hoy Ya votaste (1)
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